El Eslabón Perdido – El destino alcanza al Chapo Guzmán

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Humberto Melgoza

Hace tres semanas aquí en Sonora apenas si se informó del doble homicidio perpetrado en Ciudad Obregón, en donde murieron dos jovencitos, de 13 y 19 años, quienes fueron identificados, de manera extraoficial, como sobrinos de Emma Coronel Aispuro, esposa de Joaquín Archibaldo Guzmán Loera, El Chapo Guzmán.

Ante el silencio de la prensa sonorense, los medios nacionales y del vecino estado de Sinaloa se encargaron de documentar los pormenores del atentado mortal contra Kevin Alexis y Justin Coronel, quienes fueron rafagueados de carro a carro, luego de una persecución por la zona residencial de Obregón.

Un par de meses antes, en La Tuna, Badiraguato, un centenar de hombres armados hasta los dientes tomaron por asalto el rancho donde vive doña Consuelo Loera, madre del Chapo Guzmán.

Los gatilleros, que supuestamente iban en busca del “Guano” Guzmán, hermano de Joaquín,  mataron a tres vigilantes y saquearon la propiedad, pero a la señora, quien de los nervios se tuvo que ir a vivir con sus hijas a Culiacán, no le tocaron un pelo.

Las autoridades de Sinaloa informaron que el asalto fue encabezado por Alfredo Beltrán, hijo del “Mochomo”, con alguna participación de la gente de Rafael Caro Quintero.

Y apenas el lunes pasado, un grupo de jóvenes sicarios irrumpieron en un restaurante de Puerto Vallarta y se llevaron a seis hombres, entre ellos a Alfredo Guzmán Salazar, uno de los hijos del Chapo Guzmán, heredero junto con su hermano mayor Iván Archibaldo del imperio llamado Cártel de Sinaloa.

Hace muchos años, en 1992, ahí mismo en Puerto Vallarta, el Chapo Guzmán comandó a un pelotón de unos cincuenta gatilleros quienes reventaron la discoteca Christine con la intención de asesinar a los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix.

En la balacera murieron seis personas, entre ellos dos policías judiciales en activo de Baja California, quienes brindaban protección a los “Aretes”.

Los Arellano lograron escapar ilesos, escondidos a través de los ductos de la refrigeración, Francisco Javier “El Tigrillo” Arellano, el menor del clan, fue detenido pero lo dejaron ir, porque “la bronca” era con sus hermanos.

Muchas de las afrentas que cometió en el pasado, tiempo durante el que fue el rey, amo y señor de la mafia en México y en gran parte del mundo,  hoy le están siendo cobradas al Chapo Guzmán, uno de los hombres más peligrosos que en una plática informal con elementos de la Marina el día que lo detuvieron la segunda vez en Mazatlán confesó la autoría de al menos 3 mil asesinatos.

Si El Chapo no estuvieron en prisión, a punto de ser extraditado a los Estados Unidos, difícilmente podrían haberle faltado el respeto de tal manera, por el poder de fuego que representaba, y porque contaba con la protección de algunas instituciones del gobierno mexicano.

Los hijos, que por necesidad se quedaron al frente del negocio, no cuentan con la capacidad, con el arrojo ni con los contactos que tejió su padre y se han dedicado a administrar el negocio prácticamente solos, sin el apoyo real y decidido de la gente del Mayo Zambada, compadre del Chapo.

El levantón de “Alfredito”, como lo llaman sus cercanos, y cinco de sus cómplices, encendió los focos de alerta en el gobierno federal, por las repercusiones que podría tener en materia de seguridad pública en todo el territorio nacional.

Aun desde el penal en Ciudad Juárez, próximo a ser trasladado de regreso al penal del Altiplano por orden de un juez, El Chapo Guzmán mantiene un enorme poder y capacidad económica para movilizar a un ejército de sicarios, verdaderos fanáticos kamikazes, para tomar venganza, en caso de que su querido hijo no aparezca con vida.

Sobre el levantón de Alfredito Guzmán, su hermano mayor Iván Archivaldo escribió desde su supuesta cuenta de Twitter, a las 22:41 horas de este 16 de agosto: “@lvanArchivaIdo Gente sin que hacer, primero era yo el levantado después mi carnal @_AlfredoGuzman_ ya no hayan como sacar dinero del apellido Guzmán”.

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