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Jardines del Humaya: lujo y ostentación hasta la tumba

Humberto Melgoza Vega

 

CULIACAN.- En México es tradición que los vivos recuerden y adoren a sus muertos pero en Culiacán los narcos llevaron esa veneración por sus seres queridos a otro nivel.

 

Sin escatimar recursos, al cabo que cuando se mueran nada se van a llevar, se gastan fortunas enteras, millones de pesos en la construcción de espectaculares nichos donde reposarán los restos de sus fraternos.

 

Se dice que algunas tumbas guardan preciados tesoros, joyas, dinero, otros fueron enterrados junto a su “cuerno de chivo” o con su pistola con diamantes incrustados favorita.

 

Ataúdes, puertas y detalles decorativos de oro, mausoleos de puro mármol y granito hasta de tres plantas, con los vitrales blindados, con celosas cámaras de seguridad que todo lo ven y lo registran.

 

El panteón Jardines del Humaya, ubicado en la salida de Culiacán hacia Mazatlán, es único en su especie. Más que camposanto, semeja más bien un fraccionamiento privado, donde habita la gente pudiente de la ciudad.

La tumba de El Azul, junto con su hijo.

En este caso, algunos de los narcos más importantes que ha dado Sinaloa, el estado que ha parido a los grandes capos de este país, descansan en paz entre modernos palacios donde reciben a sus familiares.

 

Construido a base de mármol y de cantera, las criptas son verdaderas casas, con sala, recámara, capilla, con aire acondicionado, muebles, escaleras y terrazas donde se reúne de manera confortable la visita.

 

En especial el día de muertos, pero también cualquier día, entre semana, a la hora que se les antoje porque les abren las puertas 24 horas del día, las bandas sinaloenses se escuchan por todo el fraccionamiento, entonándoles sus corridos, entre música, comida y cerveza Pacífico y Buchanan.

 

El más espléndido con los muertitos, Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo” Guzmán, quien cada año mandaba entre 50 y 60 arreglos florales, enormes coronas y ramos multicolores de unos 10 mil pesos cada uno para sus seres queridos, amigos, ex trabajadores y compadres.

 

Uno de los arreglos más grandes eran los dirigidos para Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, quien murió en extrañas circunstancias en junio de 2014 en Guadalajara.

 

El Azul, uno de los decanos del narco en México, habría tenido un accidente automovilístico y quince días después falleció a causa de un infarto. Su cuerpo de inmediato fue cremado por sus familiares y sus cenizas trasladadas a Culiacán. El gobierno mexicano ni la DEA aún no se la creen, escamados por el fantasma de Amado Carrillo, que en realidad un capo tan histórico y poderoso como el Azul haya muerto de una manera tan simple.

 

“A mí me consta porque yo los recibía, los arreglos venían acompañados de una tarjeta firmada por Joaquín Guzmán Loera que decía `con cariño para mi compadre Juan José Esparragoza Moreno´…”, comenta nuestro guía y guardia del camposanto, quien prefiere no dar su nombre, tampoco admite foto y se mantiene fuera de cuadro para el video.

 

Historias de narcos

 

El narco-tour por el Jardines del Humaya inicia en la tumba donde yacen los restos de Arturo Beltrán Leyva, uno de los narcos más pesados de los últimos tiempos, famoso por su proclividad a la violencia, quien adoptó junto con sus hermanos por un bien tiempo a Ciudad Obregón, Sonora como su centro de operaciones.

Conocido por las autoridades como el Barbas o el “Jefe de Jefes”, para sus paisanos simplemente era el “Botas Blancas”, un capo sanguinario, adicto a la adrenalina y a otras drogas más fuertes, que paradójicamente al romper con sus socios del cártel tras el cuatro que le pusieron a su hermano consentido Alfredo “El Mochomo” se volvió más fuerte y poderoso, líder y señor del cártel de los Beltrán Leyva, que movían –y mueven– toneladas de coca desde Colombia a Estados Unidos y otros países.

Marcos Arturo Beltrán Leyva

Para enfrentar la guerra, tras el rompimiento a muerte con El Chapo, quien fue respaldado por su compadre el Mayo Zambada, Arturo se alió con Los Zetas y con el Cártel de Juárez pero perdió la batalla el 16 de diciembre de 2009, cuando fue abatido por la Marina en un condominio en Cuernavaca. Su cuerpo, destrozado por las balas, fue exhibido como un trofeo de caza por los marinos, quienes lo tapizaron con billetes manchados de sangre y todavía le bajaron los pantalones, para humillarlo. Traía puestos sus tenis completamente blancos.

En su tumba de Jardines del Humaya, rodeado de bustos de San Judas Tadeo y Santo Niño de Atocha, un solitario bote vacío de cerveza Tecate, un encendedor y unas cuantas veladoras, aparece la foto enmarcada con una carta dirigida a Marcos A. Beltrán Leyva firmada por su hija Gloria, quien lamenta profundamente la muerte de su padre.

Cerca de la tumba de Beltrán Leyva está el nicho levantado en honor de Juan Ignacio Esparragoza Jiménez, hijo mayor de El Azul, quien falleció en 2012 al caerse del cuarto piso de un condominio en Colinas de San Miguel en Culiacán, como fue reportado en su momento por el prestigiado Semanario Río Doce.

 

Llama la atención que la cripta esté llena de ramos, canastas y todo tipo de arreglos florales que lucen frescos y radiantes, como si acabaran de estar por ahí sus familiares pero no, lo que pasa es que la orden es que cada semana se renueven las flores para que se vean bonitas, para que no estén marchitas, porque en la misma cripta, aunque no hayan puesto su foto, para alimentar el misterio, se encuentran los restos del Azul Esparragoza Moreno.

Las historias del narco están llenas de emociones fuertes, de traiciones y venganzas, de masacres y exterminio producto de códigos rotos. Viviendo la vida al límite, el poder del dinero producto del multi-millonario negocio de las drogas los hace sentirse omnipotentes, dioses que pueden disponer del destino de los demás.

 

El 11 de septiembre de 2004 cuando salía con su familia de la Plaza Cinépolis de Culiacán, Vicentillo Carrillo Fuentes, el “Niño de Oro”,  hermano menor del jefe Amado Carrillo Fuentes, fue emboscado por un comando que sorprendió a su escolta compuesta por policías ministeriales, encabezados por el comandante Pedro Pérez López. En la balacera también perdió la vida su esposa Giovanna Quevedo, cuyos restos también fueron sembrados en los Jardines del Humaya.

 

La respuesta no tardó en llegar, ejecuciones por todos lados, entre ellas la de Miguel Angel Beltrán Lugo “El Ceja Güera”, y el 31 de diciembre de 2004, Arturo Guzmán Loera “El Pollo” fue asesinado a balazos en plena zona de locutorios en el penal de supuesta máxima seguridad de Almoloya. Un hermano por otro. Luego se supo que para asesinar al hermano menor del Chapo se prestaron con gusto Osiel Cárdenas y Benjamín Arellano Félix, archi-enemigos, líderes del cártel del Golfo y de Tijuana, respectivamente, quienes tenían el control en el penal ahora llamado del Altiplano.

 

“Tú sabes cómo tarda un trámite de esos, por cómo pasó y luego en la Ciudad de México, pues al día siguiente, el 1 de enero, ya lo estábamos enterrando aquí en Jardines del Humaya”, nos cuenta el guía narcoturístico. Eran los tiempos en que El Chapo reinaba en el país, sus relaciones y protección al más alto nivel de la política y el gobierno.

 

El 21 de enero de 2008, sin realizar un solo disparo, un comando del ejército mexicano atrapó en una casa de Culiacán, mientras acudía a una cita de amor, a Alfredo Beltrán Leyva “El Mochomo”, en esos momentos el brazo derecho del Chapo Guzmán. Este fue el punto de quiebre. Como bien relatan en la serie de El Chapo transmitida por Univisión y Netflix, Arturo Beltrán juró venganza y junto con sus hermanos Héctor y Carlos, apoyados por Vicente Carrillo y la gente del Tamaulipas, iniciaron la embestida contra sus paisanos sinaloenses.

 

En la víspera del día de las madres de 2008 un comando acribilló en pleno centro a unos jóvenes que andaban en carros blindados que luego se supo eran Edgar Guzmán, hijo del Chapo Guzmán, y Arturo Cázares, hijo de Blanca Margarita Cázares Salazar, una de las principales lava-dólares del Mayo Zambada. Para el funeral de su hijo, El Chapo mandó comprar todas las rosas rojas disponibles en Culiacán, en un desplante de amor, dolor y poder.

Los restos de Edgar quedaron depositados en el rancho de Jesús María, propiedad de la familia originaria de La Tuna, Badiraguato y según nos platica nuestro guía, es más grande que cualquiera de las levantadas en Humaya.

 

El recorrido por el panteón Jardines del Humaya, internacionalmente famoso por su excentricidad, se realiza de manera discreta. En esos momentos están de visita “gente importante”, familia de los Dámaso y hay que guardar el celular.

 

Ahí, visitamos la cripta del Chalo Araujo, uno de los más importantes lugartenientes del cartel de Sinaloa, asesinado en su propia casa en octubre de 2006, la de Manuel Torres Félix, el M1 o el “Ondeado”, ultimado en un enfrentamiento con el ejército en octubre de 2016, brazo ejecutor del cártel sinaloense quien gustaba de cortarles el cuello a sus víctimas y muy importante, la del capo Nacho Coronel, abatido por el ejército en su casa de Guadalajara, en julio de 2010.

 

No estaría completo el narco-tour sin conocer el mausoleo en memoria a la familia de Jesús Héctor “El Güero” Palma Salazar, montado en puro mármol, con vidrios blindados, se alcanza a apreciar la pintura de Lupita con sus dos angelitos, uno por cada lado.

 

Lupita Leija fue asesinada en San Francisco, California en 1989, le cortaron la cabeza y se la enviaron en una caja al domicilio de Palma en Culiacán, y dos semanas después, sus hijos Nataly y Héctor, de 4 y 5 años de edad, fueron arrojados desde lo alto de un puente en Venezuela. En ambos casos se identificó como autor material al venezolano Rafael Clavel Moreno, vinculado al grupo de Miguel Angel Félix Gallardo… @

 

 

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