Semana Santa
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¡Oh, no eres tú mi cantar¡
¡No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero¡
¡Sino al que anduvo en la mar¡
La saeta, Manuel Machado.
Por Germán Orozco Mora
La Cuaresma que iniciamos el Miércoles de Ceniza no tiene ningún sentido si se le separa de la Semana Santa y de los cincuenta días de la Pascua de Resurrección.
La austera Cuaresma con sus sacrificios, ayuno, penitencia, oración y obras de misericordia tienen como propósito llegar a comprender la resurrección no sólo de Cristo sino de nosotros mismos, nuestra conversión a una vida nueva.
Hacemos inútil la Cuaresma al dejar de comer carne, privarnos o sacrificarnos en algo, si sólo de ella nos queda amargura, frialdad, el fariseísmo de solo cumplir con comer pescado los viernes, ir a misa, rezar y rezar, pero no dar ni un paso en nuestra relación con las obras de misericordia; 7 se refieren a las necesidades corporales y otras 7 espirituales.
La Cuaresma y la Semana Santa son reiterativas en los temas del ayuno, oración y la caridad o misericordia.
Se afirma que sin la misericordia o caridad, la oración y los sacrificios están ayunos, es decir, incompletos.
San Agustín en el tema de la Resurrección va más allá de la resurrección de los jóvenes: Lázaro, la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Nahim. Y lejos de nuestra propia resurrección al final de los tiempos. San Agustín habla de la resurrección en la vida presente. Por ejemplo: cuántos jóvenes o personas muertas en vida por las adicciones están privadas de la reflexión, de la luz. Incluso ellos mismos expresan al dejar de tomar que lo han hecho porque “yo ya vi la luz”. Sí, la luz de una vida nueva, gracias a las reuniones de grupos, a la plática o consejos de un buen coordinador de NA, AA, del centro de rehabilitación.
En varios de sus sermones, san Agustín que fuera obispo en el siglo IV en Hipona, Africa, enfatiza la importancia de resucitar a una vida nueva en este mismo momento, en este mundo. Uno de los regalos de Dios es precisamente no solo que resucitaremos al final de los tiempos, sino cómo aquí ahora mismo llevamos una vida mala, muertos a las alegrías verdaderas a causa de nuestras malas costumbres; muertos por los vicios, por lo que repetitivamente hacemos mal y que nos hace daño. La Cuaresma y la Semana Santa, especialmente la Pascua de Resurrección, tiene como finalidad nuestra conversión, dejar las cosas malas, la mala vida, por un cambio, una vida nueva en el modo de ser de Cristo.
Por eso es comprensible, cuando Joan Manuel Serrat canta La Saeta, inspiración de Manuel Machado, quiere decir que no quiere tanto al crucificado, sino al Jesús Resucitado que caminó sobre las aguas.
Cientos de miles o millones de personas que este año iniciaron el camino de la Cuaresma y unidos a la Pascua de Resurrección de Jesús experimentarán sin duda la alegría de una vida nueva; nadie ama lo que no conoce. Por eso santo Tomás de Kempis en la Imitación de Cristo nos aconseja que si cada año venciéramos un vicio, al final de nuestra vida seríamos santos.
Muchos de nosotros admiramos con facilidad la vida de personas santas como la Madre Teresa de Calcuta, pero se nos dificulta imitar sus virtudes, las costumbres buenas que inspirada en Jesús, ella vivió plenamente.
Cada día es una oportunidad para resucitar a una vida nueva en Cristo. No reduzcamos la vida cristiana solamente a la grandeza de la Cuaresma o la cincuentena pascual.
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