Esto no es un juego
El Eslabón Perdido
Humberto Melgoza Vega
En estos tiempos tan convulsos, los gobiernos, periodistas y la sociedad en su conjunto deberían tomarse muy en serio el tema de la seguridad pública, trastocada por la violenta guerra que libran las organizaciones de la delincuencia organizada a lo largo y ancho de nuestro país.
Aunque se supone que la bronca es entre ellos, tristemente hemos visto muchos “daños colaterales” en donde mueren mujeres y niños, personas inocentes que son confundidas o víctimas del fuego cruzado, periodistas que se atreven a narrar sus hazañas como protagonistas de los narco-corridos.
En algunos documentales que hemos visto recientemente, integrantes con jerarquía o altos mandos de organizaciones como el Cártel de Sinaloa o el de Jalisco Nueva Generación (CJNG) se jactan de tener principios éticos y morales, de no matar a gente inocente, tampoco dedicarse al secuestro o al “cobro de piso”.
“Nosotros somos narcotraficantes”, lo dicen con mucho orgullo.
También aclaran que su lucha no es contra el gobierno y sus instituciones, como el Ejército Mexicano o la Marina Armada, pero las cosas cambian cuando alguna de estas corporaciones o las policías estatales y locales toman partido a favor de uno y en contra del otro.
La deslealtad, la traición, que les jueguen chueco, les roben o los afecten en sus intereses son acciones que difícilmente perdonan.
Al final de cuentas lo que cada quien busca desde el ámbito de su responsabilidad es respeto, que sean tiros parejos, como en los tiempos de la secundaria, uno contra uno, si cae al suelo lo dejas que se levante y cuando alguno dice que ya estuvo se termina la pelea y hasta se andan dando un abrazo, como en el boxeo profesional, porque así como a todos nos gusta ganar, también hay que saber perder.
Los narcos saben a lo que se exponen, entienden que las armas son del diablo y que el dinero, y más en cantidades industriales, también, porque es mucha tentación y la avaricia está al orden del día; que sus actividades las desarrollan al margen de la ley y que están expuestos a ser detenidos y encarcelados y en el peor de los casos, caer víctimas, al igual que sucede en el caso de policías honestos, en el cumplimiento de su deber.
Este es el juego de la sobrevivencia y a cada uno le toca jugar su rol, ya no son los tiempos de antes, cuando el Estado ponía las reglas, las bandas se repartían el territorio y se ponían de acuerdo, pagaban su respectiva mochada al gobierno y todo mundo, como Chuy y Mauricio, feliz y contento.
Hasta los narcos viejos respetaban a los periodistas serios, si había alguna nota que no les gustaba casi pedían el derecho de réplica y si te ofrecían dinero respetaban que no lo aceptaras, mientras se mantuviera una línea imparcial en las publicaciones y no se cargaran a favor de los contrarios.
Ahora, gracias a las benditas redes sociales y a los teléfonos inteligentes, vemos cómo han surgido una serie de seudo-reporteros que han hecho de la nota policiaca su modus vivendi y que más que informar han tomado la narco-violencia como un espectáculo mediático, un show lleno de morbo con el que fomentan la psicosis y el pánico.
Sonora y Baja California, dos de los estados más importantes de México, también se destacan por estar en los primeros lugares por la cantidad de homicidios dolosos donde Ciudad Obregón y Tijuana se dan el “quien vive”.
De la misma manera, compiten en quién tiene el secretario de Seguridad Pública menos perfilado para el puesto: en Baja California un general de la tercera edad, que ya chochea, apenas sopla y que durante su estancia en Hermosillo la tropa y reporteros lo llamaban “Jaimito el cartero”; y en Sonora una mujer de carácter, pero sin la experiencia ni las agallas como para sentarse a negociar –en el buen sentido de la palabra—con la mafia, que sigue siendo un mundo de machos.
Pero no confundir, no se trata nada personal contra el general Gilberto Landeros, los viejitos son adorables y muy respetables, pero en una posición tan delicada y trascendental se requiere alguien con gran lucidez, dinamismo y energía; y en caso de la Lola del Río de ninguna manera es cuestión de misoginia pero tampoco estamos como para improvisar, viendo la clase de tiburones entre los que andamos nadando.
Al final de cuentas lo mínimo que todos pedimos es respeto, cada quien desde el ámbito de nuestras responsabilidades.