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Con tus ladrillos construyo mi pared

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La reubicación de los ladrilleros es una situación de salud y de economía, por una parte, los 125 productores de ladrillos de la ciudad se encuentran contaminando el aire, dañando así la salud de los sanluisinos, y por otro lado, el cambio de locación de las ladrilleras obliga a los trabadores a vender el producto más caro, de 1.30 la unidad a 1.50 pesos.

Ramón Santoyo Valenzuela

La luz se va disminuyendo junto con el calor, a lo lejos se ve a un hombre atrincherando unos ladrillos en lo alto de un horno, él está a punto de acabar para cocer el material en un lapso de 14 a 16 horas que dura el proceso –más todo un día para enfriarse, alcanzando una temperatura aproximada de 1,400 grados centígrados. “Si un perro o una gallina entra cuando el horno ya lleva unas 6 horas prendidas no sale, bueno sí, sale cocido”, comenta Manuel Navarro mientras baja un poco para beber el agua helada de aquel termo verdoso con blanco.

Ve hacia el sur, le queda a unos escasos 300 metros la planta tratadora de aguas negras del Oomapas, el lugar no huele mal, “aún no, espera a que prendan algunos hornos”, menciona.

Manuel Navarro tiene cerca de 48 años trabajando el ladrillo, incluso su experiencia en la elaboración de la materia prima para la construcción es mayor que la edad del alcalde que se encargó de reubicar a todos los ladrilleros, “dice que ya no nos quiere dentro de la ciudad, y pues sí, pero que hubieran avisado con más tiempo”.

El hombre quien en ese momento está a unas dos horas en echar a arder los ladrillos, considera que era necesaria la reubicación, “teníamos molestos a muchas personas, oler el humo del horno es muy fuerte, yo una vez me tizné bien gacho, te asfixia, te atrapa, incluso duele…”.

En 2014 la Universidad Tecnológica (UTSLRC) realizó un estudio para determinar el perjuicio a las personas que residen en las áreas colindantes a los hornos de las ladrilleras. El estudio arrojó que efectivamente esta actividad ocasiona daños a la salud e inconformidad de la comunidad, y solicitaron que las ladrilleras salieran de la zona urbana.

El problema es que la nueva ubicación provoca que el producto se encarezca, es decir, que de los 1,300 pesos que se cobra por millar se tenga que subir hasta los 1,500. “Acá ya tenemos que vender el millar a 1,500, está muy retirado y se gasta mucha gota. Voy y vengo a cada rato para hacer los ladrillos, saco unos 400 pesos a la semana, andamos muy ajustados.”

Un hombre usa una manguera para mojar unas sillas llenas de polvo, anda sin camiseta ni zapatos, “está muy fuerte el sol”, se queja. Moja un poco su cabello grisáceo con el chorro del agua con la intención de mitigar el calor, frente a él se encuentran unos 3 mil ladrillos secándose, “ahorita nomás terminamos de hacer todos y los tenemos que subir a aquella raca que el ayuntamiento nos presta para el traslado”.

El procedimiento es hacer el ladrillo en fresco en esta zona, aquí, en su casa, taparlo por un rato con una lona gigante amacizada con llantas de carro, después subirlo a la plataforma y trasladarlo 8 kilómetros hacia el sur de la ciudad frente a la planta tratadora de aguas negras. El camino es largo, y costoso. “El proceso de hacer el ladrillo nos toma 5 días”.

El ladrillo está hecho de agua, tierra y estiércol que traen de las lecherías de Baja California, esos tres elementos al ladrillero le cuestan. “La tierra te la traen a 800 pesos el viaje, el estiércol a 1,400… y esto es aquí cerca, pero a los que mandaron hasta allá pues les va a salir más caro.”

Él se llama Mario Martínez, es uno de los 125 productores de ladrillos que tiene esta ciudad para abastecer las construcciones de los 178 mil habitantes que alberga el municipio.

Tiene que montar la raca con 14 mil ladrillos para que valga la pena la vuelta de 8 kilómetros. Por cada “negocio” de ladrilleros, trabajan un promedio de 6 personas, a cada persona se le debe de pagar 350 pesos por cada 500 ladrillos que realiza, “nosotros le venimos ganando como 150 pesos al millar nada más. Este jale no deja, esto nomás es para comer… la friega de uno es trincharlo (acomodarlo) después es llevarlo al horno, y después venderlo pa’ pagarle los trabajadores, y deja tú, luego uno tiene necesidad de hacer ladrillos para sacar pa’ la comida y que el ayuntamiento te multe porque te pusiste a quemar cuando ya estaba prohibido, y la multa es de 1,600 pesos… o pagas o comes”.

El ayuntamiento les dio tres opciones para reubicar los hornos de ladrillos, “en terrenos de la Planta Tratadora de Aguas Residuales del OOMAPAS, así como en terrenos ofertados por un líder ladrillero, y en espacios ofrecidos por el Ejido Islita.” Aunque aún no hay nada en el ejido Islita, falta lo “importante”, dice Carlos Medina, un ejidatario. “Pues todavía no llega ningún negocio, ahorita no hay gente, ningún ladrillero se ha acercado a comprar-rentar el terreno, el municipio anda diciendo que ya los acomodó en esa área, pero aún no, falta lo bueno, el negocio (dinero)”.

“El funcionario municipal resaltó que estas opciones son el resultado de la coordinación del 26 Ayuntamiento con los ejidos y con los dirigentes de ladrilleros, y actualmente quienes se dedican a la producción de ladrillo tienen tres posibilidades para quemar los hornos de ladrillo, por lo que no hay justificación para que se sigan quemando hornos dentro de la ciudad, y más aun cuando dos Jueces de Distrito han coincidido con el Gobierno Municipal en que no se puede afectar la salud de la comunidad mediante la quema de hornos en la zona urbana,” manifestó, Jorge Pompa Parra, director de Desarrollo Urbano, en un boletín de prensa del ayuntamiento.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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