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El origen de Halloween y su lucha vs los muertos

A. Chao / Faro de Vigo

Más de 2.330 millones de dólares en dulces, una cantidad que roza los 7.000 millones si sumamos decoración y disfraces. Así celebran en Estados Unidos Halloween, la popular Noche de Brujas. España es más de flores, visitas a cementerios y buñuelos caseros. O al menos lo era. Desde hace unos años, dentro de esa tendencia que ensalza todo lo americano, también se ha adoptado esta celebración.

Pero ¿de verdad es algo que hemos importado desde el otro lado del Atlántico? En el caso de Galicia podemos tirar de costumbres propias, aquellas que se remontan a los celtas, aquella que se encarna en el Samhaín. Es más, es el propio Halloween el que bebe de la tradición de irlandeses y gallegos.

Y no, no se trata de una justificación para poder celebrar algo foráneo como propio. Durante el periodo pagano en Europa, el Samhaín era una de las celebraciones principales del calendario celta. De origen gaélico, el término se refiere al fin de verano y precisamente era eso lo que se conmemoraba, el cambio de estación, la transición de la mitad luminosa del año a la mitad oscura. También se daba gracias por la cosecha y se comenzaba un nuevo ciclo.

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Pero la oscuridad que acompañaba a esta nueva etapa propiciaba la aparición de toda clase de inquietudes, incluidas las relacionadas con el más allá. Las hogueras se convertían en aliadas contra las sombras y al calor de esa lumbre se invitaba a ancestros y almas amigas a visitar de nuevo el hogar desde el más allá, al tiempo que se alejaban los malos espíritus.

Las raíces celtas que sostienen la cultura gallega también muestran rastros del Samhaín. Rafael López Loureiro, maestro de Cedeira, fue el responsable de redescubrir esta tradición y comprobar que existía por toda Galicia.

Sin embargo, estudios como el suyo no hacen más que refrendar algo que flota en el ambiente del país, esa niebla que abriga a la Santa Compaña o ese fuego que ayuda a purificar el espíritu.

Tan solo algunos vestigios de estas tradiciones resistieron a la llegada de los romanos y, posteriormente, al cristianismo. La hegemonía del nuevo credo declaró heréticas todas las celebraciones celtas. Así, demonizó cada una de sus prácticas y el Samhaín pasó a mimetizarse con el día de Todos los Santos o All Hallows’ Eve, que terminó exportándose a Estados Unidos desde el viejo continente y que hoy conocemos como Halloween.
De calabazas a disfraces

El paso del tiempo y Hollywood han extendido costumbres cuyo origen es difícil de localizar, pero otras conducen directamente a las tradiciones celtas. Un disfraz de enfermera zombi no tiene nada que ver con el Samhaín, sin embargo el hecho de disfrazarse sí tiene su pararelismo con las máscaras y pieles de animales que los celtas utilizaban para protegerse y ocultarse de los malos espíritus.

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Por su parte, las calabazas, uno de los símbolos más atávicos del Halloween americano, son la adaptación de los nabos y remolachas que se convertían en farolillos en las tradiciones irlandesas. Al final, todos los caminos nos conducen a la misma raíz.
México, culto a los difuntos por excelencia

Aunque Halloween se ha erigido como la celebración de celebraciones de los difuntos, México ofrece una particular visión de la muerte. La creencia popular de que las almas de los seres queridos regresan de ultratumba durante el Día de Muertos lleva a los mexicanos a preparar una ofrenda en la que no falta comida, fruta, bebida o dulces. El incienso, la sal, el agua o el fuego también son elementos fundamentales de sus vistosos altares.

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En el país americano la muerte se rodea de misticismo, simbología e historia, pero también de humor. La ‘Catrina’, una calavera popularizada por el grabador José Guadalupe Posadas, vestida como una dama de la alta sociedad, satiriza sobre las falsas apariencias que no son capaces de engañar a la muerte. Y que decir de las irónicas lápidas que ocupan los cementerios.

Halloween, Samhaín, noche de difuntos, noche de brujas, noite meiga… Llámesele como se le llame, una misma velada con diferentes interpretaciones que reúne el mundo de los vivos con el de los muertos. Y es que, como dijo Mario Benedetti, “después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida“.

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