El Gran Cronista del Narco
El Eslabón Perdido
Humberto Melgoza Vega
No tuve la fortuna de conocerlo pero por lo que me platican algunos compañeros, además de buen periodista y mejor escritor, el colega Javier Valdez era un bato a toda madre.
Profesional, serio en su trabajo, pero dicharachero y jovial en lo personal; comprometido socialmente, con espíritu independiente, amante de las libertades, romántico e idealista.
Javier era de esos reporteros que no se dan en maceta y que por lo tanto deberíamos conservarlos para que sigan informando de manera veraz a la sociedad, dando luz a los asuntos en donde lo que priva es la oscuridad.
A Javier Valdez lo sigo desde hace más de diez años. Interesado en el tema del narcotráfico, a sus orígenes, disputas y motivaciones, a sus creencias, su forma de vida, los excesos y opulencias, la forma de sembrar muerte a su paso, un repaso por el Semanario sinaloense Ríodoce era lectura obligada.
Pocos como Valdez para retratar de una manera elegante pero puntual las batallas entre organizaciones mafiosas sinaloenses, los pleitos familiares, las disputas por el territorio y para variar, la protección del gobierno y de encumbrados políticos a sus ilícitas actividades.
Originario de Culiacán, Sinaloa, considerada la cuna del narcotráfico en México, Javier Valdez se crió en medio de la narco-cultura, de la adoración a Malverde y a la Santa Muerte, de las plantas de mota y el estruendo de los “cuernos de chivo”.
Durante más de 20 años Valdez se convirtió en el cronista del narco, como lo nombró el pasado martes El País de España, el narrador de historias que dejó plasmadas en sus variados libros, todos relacionados con el fenómeno que lo apasionaba y que terminó por costarle la vida.
De su autoría tengo en mi modesta biblioteca al menos cuatro de ellos, Miss Narco, Los Morros del Narco, Con una granada en la boca y Narco-periodismo, una radiografía implacable de los reporteros que cruzan la línea y se convierten en voceros de los narcos. Ahora los atesoro porque seguramente se volverán clásicos.
Aunque en El Debate mencionan que tenía listo para publicar un libro sobre la relación de mafiosos y políticos y que muy posiblemente por eso lo mataron, la Procuraduría General de la República (PGR), que de inmediato atrajo el caso por considerarlo obra del crimen organizado en represalia por sus publicaciones, adoptó como una de sus principales líneas de investigación la entrevista que el periodista hizo con un emisario de Dámaso López “El Licenciado”, la cual habría molestado a los hijos del Chapo Guzmán.
Esa edición, que circularía en la capital sinaloense la segunda semana de febrero de este año, fue comprada casi en su totalidad por un grupo de hombres armados, a quienes no les convenía que el contenido de esa entrevista se hiciera del conocimiento de la opinión pública.
Sin el consejo de los más veteranos, que sabían de códigos de respeto y de mínima civilidad política, a las nuevas generaciones se les hace un polvo matar periodistas, pero parece que en este caso se metieron con la persona equivocada.
El cobarde asesinato del autor de la leída columna Malayerba, en 2011 galardonado con el Premio Internacional a la Libertad de Prensa entregado por el CPJ, el Comité para la Protección de Periodistas, según sus siglas en inglés, con sede en Nueva York, desató una oleada de indignación a nivel nacional y más allá de nuestras fronteras que obligó al gobierno federal a dar la cara:
Una reunión extraordinaria entre el presidente Peña Nieto, su gabinete y los gobernadores, para instrumentar una estrategia que garantice la libre práctica del periodismo y un ejemplar castigo a los criminales que los están silenciando, principalmente el crimen organizado en sintonía con políticos corruptos, propuesta que fue abucheada por los gritos de “justicia!” de los incrédulos y dolidos comunicadores.
Descanse en paz el colega Javier Valdez, y ojalá que su sacrificio no sea en vano.