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La clave de la información

El retorno del dedazo

SIN FRENOS

 

Marcos Pérez Esquer

 

No sé cómo no les da pena a los apoyadores de José Antonio Meade, el espectáculo francamente bochornoso del regreso desparpajado e insultante del proceso del tapado y del dedazo presidencial.

Cuando parecía que nuestro país ya había superado esa etapa, vuelve sin rubor alguno la práctica que Jorge Carpizo categorizaba como meta-constitucional, por la cual el presidente de la República en turno, por su solitaria e inapelable decisión, nombraba al candidato a sucederlo.

En los tiempos en que el PRI era hegemónico, esta práctica implicaba en los hechos, que tal designación significaba tanto como nombrar a su sucesor, y punto. Hoy al menos, ante un sistema más competido, el nombramiento solo implica la candidatura, ya veremos hasta dónde llega ese proyecto político, hasta el día de hoy no hay nada para nadie.

Lo increíble de esto, no es que un partido político nombre a un candidato por la vía de la designación, las designaciones pueden entenderse en muchos casos en los que las circunstancias políticas no permiten echar a andar un proceso electoral interno que por su naturaleza suele ser complejo y riesgoso, lo increíble es, que los priístas, después de haber vivido ya toda la etapa de la transición mexicana a la democracia que comenzó más o menos hace 20 años, no hayan aprendido nada.

Sin disimulo alguno, acuden a las prácticas más trasnochadas del añejo PRI, de supeditar la voluntad colectiva a la voluntad de un solo hombre, el jefe de jefes, el tlatoani, el presidente de la República, y someterse a sus designios unipersonales, permitiéndole el privilegio de designar sin la mayor explicación, a quien aspira a sucederlo desde ese partido. Solo él tiene ese derecho, los demás, a callar y a acatar.

Me sorprende por otra parte, que haya quien, aun con tantas evidencias, considere que Meade no es priísta. Perdón pero, que yo sepa, no solo es hijo de un connotado priísta, sino que él mismo ha actuado siempre como tal. Me da igual si se ha inscrito o no en un padrón, ser priísta es una forma de ser, de pensar, de actuar, que tiene que ver con la idea de afianzarse en el poder a cualquier costa, sin importar nada, viendo únicamente por los intereses propios, y así es justamente como ha actuado Meade, y de hecho, le podría dar cátedra de esta doctrina a los más acérrimos priístas; que Meade se haya mantenido como funcionario del gobierno federal desde 1991 y hasta la fecha, da cuenta de ello, pero más allá de esto, el hecho de que haya aceptado ser ungido por el presidente de la República como candidato del PRI por la vía del proceso del tapado y del dedazo, no deja lugar a dudas: Meade es tan priísta como el que más.

Pero vuelvo al tema, el retorno del dedazo presidencial –creo- debería tenernos indignados a todos los mexicanos; me sorprende que se deje pasar así sin crítica alguna, como cosa de la normalidad democrática ¡no lo es!, no es democrático que un presidente de la República pretenda imponer a su sucesor como ocurrió durante las décadas de lo que Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”.

En 1978 Jorge Carpizo McGregor publica “El Presidencialismo Mexicano”, libro en el que hace una relatoría de los procesos sucesorios priístas en la presidencia de la República bajo esta práctica del dedazo desde los años 40; termina su relato con el nombramiento que en 1976 Luis Echeverría hiciere de José López Portillo diciendo que se trata de “una función del presidente más allá de la normativa constitucional: es el gran elector de su sucesor, sin que nadie lo dude, pero es más, ni siquiera se le critica. Por el momento, todo hace suponer que se acepta esa prerrogativa del presidente de la República, sin que sea posible decir cuál será el desarrollo de esta función presidencial o hasta cuándo estas reglas del juego van a funcionar”.

Me pregunto qué diría don Jorge Carpizo, que habiendo sido testigo (y en buena medida actor) de la transición de México a la democracia, si pudiese ver cómo esas “reglas del juego” recobraron vigencia hoy, en pleno año 2017, por auspicio de una generación de priístas que se dijeron “nuevos”, pero que, por lo que revelan sus actos, sus estilos y sus prácticas, son más anacrónicos que el más viejo y rancio de los priismos de mediados del siglo pasado.

No cabe duda, la generación del nuevo PRI evidencia su nostalgia y su añoranza, por el pasado autoritario de México y por el poder omnímodo con el que se enseñoreó su ralea, y peor aún, está dispuesto y presto a instaurar de nuevo esos cánones en pleno siglo XXI.

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