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La clave de la información

Viejos, los cerros

Ramón Santoyo Valenzuela

viejitosfeb6En Sonora el grupo de los 60 años y más ha ido tomando mayor importancia en comparación con el siglo pasado cuando su existencia en el ámbito económico-social-político era prácticamente nulo y la esperanza de vida llegaba a los 65 años en 1970. Con la entrada del nuevo siglo, este grupo se fue fortaleciendo a tal grado que no solo la esperanza de vida subió a los 75 años, sino que el INEGI prevé que en 30 años más la población de este sector que alberga a 232 mil 874 habitantes del estado crezca abundantemente.

Según datos que arroja el INEGI con su censo de población y vivienda del 2010, en San Luis existen 14 mil 621 personas con 60 años y más. Y en todo el estado hay 224 personas que poseen más de 100 años –esto es en aquel censo, y sin tomar en cuenta que en el 2011 se registraron 14 mil 752 defunciones, 6 de cada 10 muertes fue en el grupo de 60 años y más.

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Dice tener 113 años de edad, no existe registro oficial que lo avale, sin embargo un grupo de jóvenes altruistas la visitan y la apoyan como si fuera verdad lo que dice. “No, no tiene esa edad, a veces dice tener 80, cuando llega gente que no conoce le sube, y mucho… es medio mentirosa”. Guadalupe Santoyo es una señora que vive solitaria en una casa ubicada por la México B 22 y 23.

Un cerco que evita la entrada a cualquier  visitante molesto, un horno hecho de piedra en el patio, un montón de cajas de madera apiladas en una de las esquinas de la casa, junto a la puerta de entrada, una fogata recién apagada frente al horno de piedra que según dice la señora Lupita acaba de utilizar.

Nunca se ha enfermado, “si estoy re’fuerte, mi hijo es quien me lleva a lavar la ropa a la lavandería, ahí pongo la ropa en una lavadora y pues ya no me canso”. Dice, habla mucho, sus labios arrastran las palabras, su lengua se escucha pegajosa, afirma tener una edad de la cual no se sabe realmente si miente, igual uno se deja engañar.

Con una trenza hecha de canas, Lupita Santoyo dice venir de Oaxaca, “del mero centro de Oaxaca”, trae consigo un palo largo que funge como un bastón donde se apoya para caminar, con él traza un imaginario mapa de México en la tierra de su patio, “aquí, en el centro está México, de este lado, acá para el lado del golfo de México, está Oaxaca, verás que bonito es”. A lo que dice tiene 50 años viviendo en la ciudad, su marido falleció de una congestión alcohólica hace 30 años, “se emborrachó con tequila Cuervo, pues se vomitó tanto que ya no pudo”, lo dice sin lamentaciones, toma su bastón, lo levanta hacia el aire y apunta hacia la dirección donde se encuentra el panteón municipal de la Obregón. “Allá está enterrado, mi Esteban Navarro…”.

Los vecinos la apoyan, le hacen compañía en ocasiones, otras veces le huyen, dicen que es un poco conflictiva, su hijo es quien se hace responsable de ella, de igual forma la tiene cuidando esa casa, “que para que no esté sola la casa”. Su hijo se llama Martín Santoyo, trabaja en el campo, tiene aproximadamente 63 años y una esposa. También el padre Arturo de la iglesia San Judas Tadeo le lleva despensa cada 15 días. Ella a cambio canta en el coro de su iglesia desde hace 30 años. Desde que falleció su marido.

Vive sola, igual dice que, “esta casa se va a vender, yo me voy a ir a la mía, tengo mi casa en la colonia hidalgo, tengo mis animales, hay muchas señoras con sus maridos…”. Sus vecinos dicen que no es verdad, que no tiene lugar a donde ir, su hijo si existe y la apoya, “tiene demencia senil”. No le gusta usar la estufa, le tiene miedo al gas, prefiere un horno de piedra y así preparar la leña. No le gustan los frijoles ni las tortillas, dice que su madre les preparaba pura carne, pozole, menudo, tamales. “No, frijoles no, están bien malos, mejor la carne asada, ta’ más buena”.

La plática que comienza a forma defensiva, se convierte a una charra amena entre dos personas que parecieran conocerse desde siempre, después, sin cambios de ritmos, doña Lupita decide correr a su visitante, “ya me voy a meter, ya vete”. “¿Antes me deja tomarle una foto?”. “No”, entra a su casa, no saldría más durante ese día.

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Masticando semillas de girasol viendo  hacia afuera, en dirección al parque La Tortuga (Bicentenario para los baldistas), se encuentra Ventura Casillas, un adulto mayor que tiene tres años viviendo en la Villa del Abuelo del DIF municipal.  ¿Gustas?. “Sí, por favor”. “Se pueden pelar pero yo me las como con todo y cascara, pa’ qué batallar pues…”, dice don Ventura quien trae consigo una gorra azul y una andadera, a lo lejos se pueden ver a un aproximado de 30 estudiantes de enfermería del Cecati 124. “Tardan en entrar porque primero se tienen que tomar la foto pues”. “Si no se la toman es como si no hubieran venido…”

EL hombre a quien le faltan algunos dientes cuenta un poco de su vida, viene de Guadalajara, viajó hacia Tijuana por una mejor vida, después pasó a Mexicali, Los Angeles, un poco más de California, en Ensenada y por azares del destino, la falta de trabajo y un taller mecánico que un amigo de él puso en San Luis terminó viviendo en “este infierno, tan a gusto que está el clima allá y yo que me vengo pa’ San Luis”, el infierno lo atrapó y por más que quiso irse jamás lo realizó.

“Trabajé en el taller, después lo cerramos, y pues no me quedó de otra más que ponerme a lavar carros… ya en la villa voy pa’ tres años, aquí nos tratan re’ mal… ¿conoces la cuarta de los caballos?, pues con esa nos pegan pa’ que hagamos caso”, bromea, entran los enfermeros, los saluda a todos, “no es cierto, estoy bien a gusto aquí, son bien a todo dar”.

“¿Familia…?”.“Ya no tengo, ya todos se me murieron hace mucho, estoy solo…”

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La Villa del Abuelo tiene doble función: casa hogar para personas desamparadas, y guardería. Hay algunas personas que tienen familiares que usan como asilo, pero hay preferencia para quienes viven en estado de abandono. Con siete enfermeros que se rotan para estar atendiendo a los 22 abuelitos que viven ahí y a los aproximadamente 15 que van a la guardería, más los practicantes que se suman. Durante todo el día hay un patrullaje en el lugar.

Por 52 pesos diarios, “el costo de dos caguamas”, los abuelos que van en plan de guardería reciben desayuno, comida, cena, atención médica, psicológica, psiquiátrica, actividades recreativas como manualidades, juegos, platicas, “la villa del abuelo les ayuda a que recuperen lo que viene siendo su dignidad, porque muchos de ellos vienen en condiciones pésimas físicas y/o morales. Hay muchas personas que pueden verse cuerdas, que platican todo muy bien, pero realmente no se dan cuenta que no están bien, eso es parte de su demencia senil.”

Una mujer alta, blanca, ojos entre verdes y azules, cabello ondulado y gris, hace unos 40 años ese color pudo haber sido castaño claro, trae consigo ropa negra, eso lo hace ver aún más blanca de lo que ya es. Se sienta justo a un lado de la puerta de entrada y salida, mira hacia el parque, algo tiene ese parque que hace que todos los abuelos lo vean añorando no sé qué cosa, el vidrio de la puerta está polarizado, cada que entra alguien el sol llega de golpe haciendo que las pupilas se contraigan, y la cabeza se haga un poco hacia atrás, este día no, es un día nublado, hace algunas horas cayó un poco de lluvia. Se llama Olga, es parte del grupo de nueve personas que tienen demencia senil en la Villa del Abuelo, todos ellos reciben atención psiquiátrica, “hay muchas personas que pueden verse cuerdas, que platican todo muy bien, pero realmente no se dan cuenta que no están bien, eso es parte de su demencia senil. Olga no acepta una de las cuestiones personales, no acepta su vida, su historia es muy dolorosa, pero después se olvida, es parte de su deterioro mental…”. Cuenta que ella no vive ahí, que en un par de horas llegarán por ella, tiene seis años viviendo en el lugar…@

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