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La clave de la información

Podrán robarme el equipo, pero no los sueños ni las ganas de viajar

 

Ramón Santoyo /Corresponsal viajero

IMG_1141Estoy dentro del Chepe (Chihuahua-Pacífico), el único tren de pasajeros de México que queda. Voy dejando atrás Creel y Barrancas del Cobre, una cosa gigantesca repleta de árboles y cerros; nos paramos en aquel lugar para poder contemplar la vista que la Sierra Tarahumara ofrece a cuanto turista-viajero pase por el lugar. Llegué a los puestos de comidas típicas mientras un grupo de 20 menonitas me miraban extrañamente, me acerqué a uno de esos lugares donde venden curiosidades y pregunté por un sombrero, debo decir que cada que viajo compro uno nuevo y esta ocasión no quería que fuera la excepción, pero sí lo fue: en ningún lado vendían sombreros. Por favor, me encuentro en Chihuahua ¿y no hay sombreros? Esto es un poco contradictorio con el estereotipo de cualquier norteño.

IMG_1160Voy rumbo a Chihuahua, Chihuahua solo porque sí, realmente no tenía nada planeado mientras visitaba Los Mochis, Sinaloa con dos amigos míos, el cantaor y el fotógrafo. La idea al principio -–después del objetivo principal, el cual era acompañar a Christian a un estudio de grabación-–, era tomar el ferri de Topolobampo, cruzar el Mar de Cortés, arribar a Los Cabos, y ya estando ahí recorrer toda la península californiana en una camioneta Journey. Al final el presupuesto no alcanzó y tuvimos que cancelar el plan original que habíamos trazado como grupo.

El Chepe corre desde los 30 hasta los 95 kilómetros por hora. De punta a punta se avienta un promedio de 15 horas, es decir, saliendo de Los Mochis, Sinaloa, hasta Chihuahua, Chihuahua, por todo lo ancho y largo de la sierra se puede ver una diversidad de paisajes que caen en lo absurdamente precioso: cascadas, cerros, vacas, muchas vacas, vacas por todos lados, zopilotes, halcones, todo eso acompaña al tren que en el 2011 cumplió 50 años de vida.

IMG_1164Un domingo, mientras salíamos de un recital de ballet, llegamos a cenar a un restaurante de comida japonesa, fue ahí que escuché en boca de Viri, prima de Christian, sobre el famoso tren que corre desde Los Mochis hasta Chihuahua, la chica me comentó que subir al tren y recorrer sus 89 túneles y 37 maravillosos puentes, sería una aventura que nunca olvidaría.

Claro que la visita a Sinaloa ya había sido una aventura que jamás olvidaría, pues, junto a lo divertido del paseo, la escapada de la rutina, las personas que conocimos, y las mujeres tan hermosas que andaban por las plazas en manos de neandertales -–era como estar dentro de la película “la Bella y la Bestia”, solo que masivo, y en lugar de canciones de Disney, solo había pura banda, norteño  y narcocorridos– y si le añadimos el robo del que fui víctima, de plano ya es algo que no se borraría de mi mente ni reencarnando.

IMG_1186El 29 de junio del año que espero y ya termine (2015), mientras yo desayunaba con los familiares de mi compa cantante, y mis compas ya se encontraban rumbo a Ciudad Obregón para una entrevista de una televisora local, un joven moreno, flaco y por obvias razones, feo, robó mi equipo fotográfico. Así, fácil y rápido. Nadie en la casa se dio cuenta hasta que íbamos a ir al parque Sinaloa.

 

*“Pato, me robaron mi equipo”

 

Entré al cuarto donde nos quedábamos, busqué mi mochila que contenía alrededor de 30 mil pesos en equipo, volteé para todos lados, le di vuelta al colchón, abrí el armario, cajones, todo, recorrí la casa, no había nada salvo una pala encima del colchón, en donde hace unas 2 horas atrás había dejado mi mochila, y la ventana de la parte trasera de la casa estaba corrida.

 

Salí corriendo al patio, no había nada, ni un solo rastro, subí al techo, observé para todos lados: nada.

Bajé, llamé a la policía, llegaron a los 20 minutos, me preguntaron que sí que había pasado, por más que trataba de explicar el suceso no lograba articular palabra alguna, me reía de desesperación, parecía un loco más tratando de encontrar cordura o entender lo que había pasado, en cambio, el tío Poncho se acercó con los oficiales y explicó, los uniformados me pidieron que hiciera una lista de lo que había perdido.

Solo pensaba “¿qué caso tiene decirle a estos weyes lo que me robaron si ya mañana me voy y ni se les nota las ganas de trabajar?”. En fin, les expliqué todo lo que contenía mi mochila. “Vas a denunciar el robo ¿o no?”, me preguntó uno de los dos oficiales que se encontraban frente a mí, me lo decía como si me estuviera retando o regañando. Solo me le acerqué y con una mirada que contenía todo el encabronamiento que el trabajo de todo un año perdido puede crear –“cabrón, me acaban de robar 30 mil varos en equipo, no me estés hablando así–”. Silencio. Nadie habló, los oficiales se fueron, con la promesa de que pasarían el reporte.

Frente a la casa donde me habían robado, una vecina salió y me explicó que miró a un hombre flaco, moreno y pelón con una mochila negra en mano saliendo de la casa.

-Creí que se trataba de alguno de ustedes, no pensé que hubiera sido un robo, iba muy calmado.

-¿Cómo a qué hora fue eso señora?

-Cerca de las 3:30 pm.

Justo a esa hora íbamos rumbo a la estación del Chepe a comprar mi boleto.

El vecino de a lado se acercó al ver a los policías, comenzó a platicar con el tío Poncho, le dijo que podía acudir con “el Pato”, el “guardián” del barrio. Cuando escuché eso no entendía nada de lo que decía, pero en fin, fui casa por casa preguntando por el tal Pato, el guardián del barrio. Nadie me decía a ciencia cierta dónde se encontraba, pero todos me aseguraban que siguiera preguntando. Seguía sin entender.

Sentado sobre una cubeta un joven de unos 31 años pulía unos barrotes blancos. Lo vi de reojo pero me fui de largo, después, regresé con él.

-Oye carnal, ¿no conoces a un tal Pato?

-¿Por qué?

-Lo ando buscando.

-Es mi papá, ¿qué pasó?

Le expliqué la situación, se levantó de su cubeta, se exaltó y exclamó: “¿Qué te robaron? Si aquí está prohibido robar, cabrones, espérame poquito”. Seguía sin entender.

Se dirigió a su casa, sacó un radio y dos celulares, comenzó a hacer llamadas, les gritaba a quienes estaban del otro lado de la línea: “¿Que le robaron a un reportero aquí, cabrón?, obviamente debió de haber sido gente nuestra; pues me los hallas, cabrones, porque este cabrón ya se va mañana y lo dejaron sin chamba…”.

“¿Oye oficial, ya te reportaron un robo por la colonia Cedros? ¿Cómo que no, si hace 40 minutos se fueron los oficiales? Cabrones huevones. Andale, ahí te encargo”.

El hijo del Pato colgó el teléfono, se me acercó y me dijo “ahorita aparece ese hijo de su puta madre, no vaya a ser que malbaraten tu equipo…”.

Se subió a un carro negro y arrancó. A los 15 minutos regresó con malas noticias. “Nadie sabe nada, cabrón, lo más probable es que el cabrón que te robó no sea de aquí y lo tenga escondido todavía con él, porque las casas de empeño ya cerraron”. Porque como me lo había dicho con anterioridad, aquí está prohibido robar. “Regresa en una hora a ver si tengo noticias”. “Ok”. Regresé dos veces más, no había noticias alentadoras, el tren salía en 6 horas, no había dormido nada. Por fin había entendido qué pasaba ahí.

 

*La travesía

 

Sigo arriba del Chepe, en verdad que este paseo es interminable, ya recorrí todos los vagones del tren, incluso los de primera clase, aunque al poco tiempo me corrieron por no contar con el boleto de 2 mil 482 pesos, y sí con el de mil 564, la única diferencia es que en el Elite no va gente, y tienes acceso a un bar con güisqui, y en el Económico, voy acompañado de un wey con nombre de albañil –se llama Ramón–, que a lo que veo no usa ropa interior porque cada que se levanta a bajar algo de su maleta tengo una vista bastante molesta.

Él va para Cuauhtémoc, la tierra de los menonitas, a dos horas de Chihuahua, se subió junto conmigo en Los Mochis, él hasta el momento no ha pagado el boleto y estamos a 30 minutos de su ciudad.

-Oye compa, se me hace que ya la libré, ahorita que lleguemos a Cuauhtémoc ¿me haces el paro con mi equipaje?”.

-“Simón”.

Yo leo en ese momento el Heraldo de Chihuahua, un periódico de tamaño estándar, de ésos gigantescos como el mismo estado.

El vendedor de los boletos, o más bien, el cobrador, se acerca con la muchacha de ojos bonitos que está justo a mi derecha cruzando el pasillo. “Muchacha, ¿me podría mostrar su boleto?”. Se lo enseña, en lo que la mujer de unos 21 años busca en su bolso el boleto, mi acompañante se hace bolita en el asiento y yo, para ser solidario, lo tapo con la sábana que asemeja el diario chihuahuense.

Llegamos a Cuauhtémoc, cojo una de las maletas del pobre hombre que aparentemente se va ahorrar mil 242 pesos, se baja corriendo, empujando a todas las personas, mientras uno de los guardias hace una mirada rara, le aviento su maleta por los aires, él la atrapa, y como buen prófugo de la justicia sale corriendo en dirección hacia el sur, lo veo alejarse rápidamente, perdiéndose entre la gente…

Internamente solo exclamo “te odio”, después me río. @

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