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La clave de la información

El Cerebro y Dios

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Por Germán Orozco Mora

El amor es, sin ningún género de duda, la base de todo.

No una especie de amor abstracto e inescrutable, sino el amor

cotidiano y sencillo que todo el mundo conoce, el que

sentimos al mirar nuestras esposas e hijos , o incluso a nuestros

animales de compañía. Eben Alexander, Neurocirujano. La Prueba del Cielo, libro.

No ha sido la primera ni la última vez que los propios colegas científicos médicos desprecien sin reflexionar el testimonio de un neurocirujano, el Dr. Eben Alexander: su experiencia ante la muerte, plasmada en su libro: “La Prueba del Cielo. El viaje de un neurocirujano a la vida después de la vida”.

Si el apóstol san Pedro expresa con tristeza a los inicios de la Iglesia  que “todos buscan sus intereses, menos los de Cristo”. En todos los ámbitos de la vida humana no siempre el interés es la persona humana, el hombre, expresión referente a todo género de personas.

En su caso, originalmente único, al contagiarse de adulto de meningitis bacteriana por E Coli y (gran negativo) estar postrado siete días en coma, el neurocirujano Eben Alexander, después de experimentar la vida después de esta vida. Un tema recurrente en la literatura popular y científica, pero raramente experimentada por un médico especializado en cirugías cerebrales por más de 25 años. En su obra relata que le tocó a él ser el único caso de esos casos de meningitis por E Coli, aparentemente contraída en una cirugía en Jerusalén.

Afirma el Dr. Alexander que él no tiene problemas para hacer comprender a los niños o personas sencillas esta experiencia espiritual en la que se encontró con Dios, los ángeles, Jesucristo, la vida eterna.

El se ha preparado para presentar científicamente las pruebas del cielo que él experimentó estando desconectado cerebralmente de esta vida, es decir en estado de coma.

Muchos científicos aferrados a su escepticismo no le creen ni a este propio científico, médico neurocirujano.

Mire usted lo que pasó a principios del ya siglo pasado, por allá en 1905, cuando el escéptico médico fisiólogo, Alexis Carrell tuvo que suplir a un colega para acompañar un tren de enfermos que se dirigían de Lyon al santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en Francia. Por compañerismo accedió el Dr. Carrel asistir a ese traslado de enfermos por razones médicas –no era creyente-. Y el fisiólogo, tomando los signos vitales de los desahuciados enfermos, descubrió que estos signos mejoraban notablemente mientras los pacientes arribaban a la gruta de Lourdes. Milagro reciente en esa época entre 1850 y 1910. Como Eben Alexander nuestro neurocirujano –miembro de la Iglesia Episcopaliana-,el fisiólogo Alexis Carrell, en la primera oportunidad a su regreso del Santuario de Lourdes, demostró científicamente a sus colegas de la facultad de medicina de Lyón el “Poder Curativo de la Oración” .

La respuesta en el caso de Carrell fue su inmediata expulsión de la escuela médica. ‘¿Cómo vienes a contarnos esas supercherías, manchando el prestigio de nuestra escuela?’. Médico fisiólogo, Carrell emigró a Boston, Norteamérica. Ahí se dedicó a la investigación en su área de fisiología y es gracias a sus investigaciones que hoy la llamada Angiología, es un área médica que tiene como principios los trabajos del Dr. Alexis en cuanto a suturación de cirugías se trata.

El esfuerzo de Carrell fue recompensado con el Premio Nobel de Medicina, entonces sí, véngase pa’cá dijeron los franceses . Y así fue como regresó a Lyón, y pudo hablar libre y extensamente de los milagros marianos de Nuestra Señora de Lourdes. Ante la evidencia observada científicamente por Carrel, el fisiólogo, al menos convenencieramente sus colegas lo granjearon, enorgulleciéndose de su Premio Nobel, siendo que lo habían expulsado de Lyón, no por su fe, sino por no creerle sus demostraciones de lo que escribió en Selecciones del Readers Digest allá por los 1930´s: “El Poder curativo de la oración. Visto por un fisiólogo”. Entre lo más admirable en este recién milenio o siglo XXI, están la obra del neurólogo Eben Alexander, quien –ahora le tocó a él- estando siete días en coma por la bacteria E Coli tuvo la dicha de experimentar el verdadero amor, el amor puro de Dios, la creación, el universo, la verdadera vida.

Por eso santa Teresa diría en el siglo XVI qué tan alta vida espero, que muero porque no muero. Narra el neurólogo que lo que más lo motivó a luchar por regresar a este mundo matraca, fue el amor a su hijo menor y a su familia en especial.

Cuando casi termino de leer la obra del Doctor Alexander, de editorial Diana: La Prueba del Cielo, y compartirla con ustedes, en la página 12-A de la Edición 2113 de Zeta, viene la invitación-homenaje a Tijuana innovadora con la conferencia del Dr.Q. Alfredo Quiñones Hinojosa, un humilde muchacho del ejido Sinaloa, Valle de Mexicali, que de joven y entusiasmado con muchos sacrificios se dedicó al inglés y a cursar lo que fuese necesario para convertirse hoy en Onconeurocirujano, en el prestigiado hospital John Hopkins en Boston, Massachussets, Estados Unidos.

Si Sócrates antes de Cristo expresaba “Yo sólo sé que no se nada”, su adelantado alumno Aristóteles dirá: “Qué tanto puedo llegar a saber”. El neurocirujano Eben Alexander, tras las experiencia de siete días en coma, afirma que nuestro cerebro es tan limitado para expresar no sólo las realidades materiales, mucho menos las espirituales. Como diría el pensador francés Etienne Gilson: el ser real desborda al lenguaje. Querer hablarles de lo que yo viví esos siete días, expresa el neurocirujano, es como componer una novela con la mitad del abecedario.

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