Quién paga el pato
El Eslabón Perdido
Humberto Melgoza Vega
México es tan rico que a pesar de que los políticos roban a manos llenas no se lo han acabado, reza un dicho popular entre los mexicanos resignados, que no se atreven a poner con su voto en el cesto de la basura a este tipo de vividores de la política que entran pobres y salen millonarios del gobierno.
Durante décadas, por no decir siglos, el poder gubernamental en nuestro país ha sido usufructuado por una pandilla de la más baja ralea, de todos los colores partidistas, con sus contadísimas excepciones, quienes se han dedicado a administrar la abundancia y a engrosar sus cuentas bancarias, dentro y fuera del país.
Bien dicen que el mejor negocio, equivalente a sacarse la lotería, es incrustarse en el gobierno, acceder a un puesto de elección popular, ya mínimo ser regidor o delegado en algún poblado, como le pasó a Juan Vargas en la Ley de Herodes, que hasta hizo su propia “constitución” para cobrar impuestos por la tenencia de chivos y marranos.
“Mexicanos, prepárense para administrar la abundancia”, manifestó eufórico el ex presidente José López Portillo –López “Porpillo” lo llamaba la raza de cariño—cuando México gozaba en demasía de las bondades del petróleo que lo ponían en condición de potencia económica.
Pero resulta que esa abundancia la mal administraron los gobiernos del PRI y los dos que ha tenido el PAN de tal manera que en la actualidad la paraestatal Petróleos Mexicanos está en quiebra, ya la exprimieron hasta la última gota gente como el intocable Romero Deschamps y sus hijos, quienes viven como sultanes a costillas del pueblo y los trabajadores sindicalizados.
La corrupción que todo lo corroe, como un cáncer que avanza inexorable, junto con una mala conducción económica del país, de gobernantes que creían que el petróleo nunca se iba a acabar, mantienen a la nación en la antesala de una severa crisis económica, antecedida por el peligroso caos desatado en prácticamente todo el territorio nacional por el gasolinazo que amargó el feliz año nuevo.
El gasolinazo asestado este año a todos los mexicanos, que representó un aumento repentino de hasta 6 pesos por litro de gasolina, despertó a un pueblo que siempre lo habían mantenido adormilado, viendo telenovelas de Televisa o apoyando a su producto más acabado, el club de futbol América, que respingó ante la afectación económica que resintió directamente en su bolsillo.
El problema es que esto apenas empieza y no se necesita ser un especialista en finanzas y economía para saber que todos los productos y servicios serán encarecidos, en una especie de efecto dominó, en donde quedará pulverizado el ridículo aumento al salario mínimo que quedó en promedio de 80 pesos por día, uno de los más bajos del mundo que parece un insulto si se compara con lo que ganan nuestros vecinos en Estados Unidos, de al menos 10 dólares pero no por día, sino la hora.
Ayer que estábamos en el cierre de edición, entró una llamada del implacable Francisco Vilches, el latiguillo de la imprenta donde se imprime la CONTRASEÑA, para darnos la mala noticia de que a partir de ayer aplicarían un 10 por ciento de aumento en la impresión del Semanario que ahorita tiene usted apreciable lector en sus manos.
La razón, que tampoco se justifica, es que desde el primer día de este año les incrementaron todos los insumos, incluidos papel y tinta, que son importados, por lo que tendrían que trasladarle ese nuevo costo a sus clientes.
Esta es una nueva realidad que deberemos enfrentar de inmediato y buscar la manera de que sus efectos sean menos dañinos, con el riesgo de que se paralice la economía.
Esperemos que una fuerza superior ilumine a nuestra clase política, para que busquen alternativas que afecten menos a quienes siempre terminamos pagando el pato. Por el bien de todos, antes que esto se salga –aún más– de control.