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Rorrito: La Vida es un Circo

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Primero en el Canal 3 y el resto de su carrera en el Canal 66, a lo largo de 50 años el payaso Rorrito alegró a generaciones enteras que iban a su programa o lo miraban por la tele, o mejor aún, que lo invitaban a sus piñatas en Mexicali o San Luis Río Colorado. Fronterizo al fin, dejó para la posteridad algunas frases memorables, como su célebre grito de batalla en espanglish: “Orait my friend, yes very well, chicharrones con papas and betabel”. Esta es LA ÚLTIMA ENTREVISTA que concedió el inolvidable “cara de carne”.

Roberto Elenes

«El imbécil espera tener éxito en el futuro y vive fracasado.

El payaso disfruta el fracaso en el presente y en consecuencia tiene éxito».

Fernando Córdova, famoso clown mexicano.

MEXICALI.- Annie Fratellini (clown mujer), la estrella principal del  Cirque de Paris, sostenía que  «el payaso es un oficio, pero también un estado del espíritu». Reponiendo: «Cuando pienso en el dolor que hay en el mundo, agradezco tener una oportunidad inaudita de poder hacer nacer una sonrisa, una risa. La pista es un rincón del paraíso donde los clowns entramos para hacer olvidar a los demás y a nosotros mismos las desdichas». El escritor norteamericano Henry Miller que profesaba gran admiración por los payasos de la tradición circense, admitía: «El payaso es el poeta en acción».

Principalmente el cine y un escritor, terrorífico y mediático,  como lo es Stephen King, son los encargados de subvertir la figura del payaso original, presentándonos la imagen distorsionada del clown macabro, pervertido y además asesino serial,  como lo son: el Güasón de las películas de Batman y Pennywise de la novela “Eso” del señor King.

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Al respecto, la televisión con enorme éxito, ha mantenido una postura ambivalente, por un lado, nos presenta a Krusty, el payaso patético (fumador, bebedor, vividor y mujeriego), ídolo indiscutible de Bart Simpson, de la teleserie norteamericana, y también está Brozo, el payaso tenebroso de la tele mexicana, al que todo y todos le valemos madre, incluyendo los niños; pero, por el otro, están también los “Payasitos de la Tele”, que intentan presentarnos la magia del circo tradicional en la pantalla chica, como lo son Bozo, en Estados Unidos (inspirador de los estereotipos Krusty y Brozo); Cepillín, en México; Gabi, Fofó y Miliki, en España; Popy, en Venezuela y, desde luego, nuestro Rorrito, en Mexicali.

No existe infancia ni circo sin la presencia de un payaso

Rorrito, a sus 76 años, es un hombre de mirada dulce y hablar pausado que proviene del circo. Exceptuando el Circo Atayde, ha trabajado en circos pequeños y en circos de renombre como son: El Unión, Hermanos Bell´s, el Norteamericano, etc. Nació por el barrio de La Villa, por el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe Tonantzin, madre de nuestro espíritu y nuestra carne, sitio que abarca las colonias Martín Carrera e Indios Verdes, en el De Efe.

Cuando nos viene la idea del circo pensamos en un mundo donde reina la fantasía y la fiesta, pletórico de dulces y colores, en el que de pronto nos asalta el suspenso tras presenciar el riesgo del domador, de los trapecistas, y la hilaridad que provocan los payasos con sus caracterizaciones, sus cascadas (caídas), sus cachetadas, sus trucos y malabarismos: La magia del ritual ancestral de artistas trashumantes que van con su carnaval de pueblo en pueblo hasta los confines de la Tierra. ¡Excitante! ¿No?

Pero, ¿cómo es la vida del circo por dentro? Según Rorrito, el circo es una casa-escuela que va por el mundo, recorriendo ciudades, pueblos y villorrios. Es una familia de gente muy disciplinada: «Es una hermandad de gente feliz que gana bien. Allí todos nos echamos la mano». Es un entorno de gente polifuncional, son al mismo tiempo levantacarpas, mecánicos, choferes, boleteros, colocadores, sonidistas, músicos, malabaristas, trapecistas, pero no todo mundo en el circo puede ser un payaso. «Por lo demás, vivimos y hacemos lo que cualquier familia. Salimos de compras, hacemos deporte, vamos al cine, los más pequeños van a la escuela. Muchas veces en el propio circo.»

—¿Quién es Rorrito?

— Me llamo René Jaime Amaya Martínez. Nací el 17 de julio de 1939, en México, Distrito Federal. Soy hijo de Eulalia Amaya Martínez y de José Alcalde Gumiz. Soy el mayor de 5 hermanos. Dos fallecieron. Solo quedamos Miguel, Raquel y yo. Como ve, no llevo el apellido de mi padre, solo el de mi madre. Como en el circo anda uno de aquí para allá, a mi hermano hace 50 años que no lo veía. A mi hermana Raquel la he visto con más frecuencia.

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—¿Llegó a conocer a su padre?

—Sí, claro. Mi padre nació en Durango. Me parecía mucho a él. Fue actor y productor de cine. Participó en películas como “Ni sangre ni arena” (un film mexicano de 1941 que tiene como protagonista a Mario Moreno Cantinflas con Fernando Soto “Mantequilla”, Susana Guízar, Elvia Salcedo, Pedro Armendáriz, Alfredo del Diestro, Miguel Inclán, Paz Villegas, Salvador Quiroz, Roberto Banquells, Estanislao Schillinsky, Arturo Soto Rangel entre otros. Dirigida por Alejandro Galindo).

—Eso quiere decir que su padre ganaba buen dinero.

—Sí llegó a ganar buen dinero. Pero era jugador. Todo se le iba en el hipódromo, en las apuestas de caballos.

—Entonces, ¿quién los sacó adelante?

—Mi madre…. Mi mamá llegó de Querétaro a probar suerte en el teatro. Incluso llegó a trabajar en Bellas Artes como actriz de tercera categoría. Luego vinimos nosotros y para sacarnos adelante tuvo que trabajar de lavandera. Recuerdo que de pequeño le ayudaba a llenar un tinaco de agua para lavar la ropa ajena. Tenía yo entre 8 y 9 años. Siempre trabajé.

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—Rorrito, ¿fue Ud. a la escuela?

—A los 10 años nos fuimos a vivir a Indios Verdes. Allí me tocó ir a la escuela. Cerca de la casa había un panteón, de modo tal que, llegando de la escuela, me iba a lavar lapidas en tanto mi mamá lave y lave ropa todo el día.

— ¿Alguna vez fue Ud. artista callejero?

—No, nunca. A los 16 años hice mis pininos, en el pueblo de San Antonio Someyucan, en el Estado de México. En ese entonces trabajaba en una carnicería y me invitaron a participar en la presentación de un espectáculo artístico para recabar fondos en pro de la construcción de la iglesia de ese lugar. Mi única paga fue una copita de tequila para darnos valor un amigo y yo. Yo no tomo, pero estaba tan nervioso que me la tomé. Los aplausos me gustaron. Después ese amigo y yo conseguimos chamba en el Circo Linares. Allí aprendimos el oficio. Nos dimos a conocer como Brocha y Cepillo, éste último era yo. Al poco nos separamos y yo seguí por mi cuenta.

—¿Y cómo nació Rorrito?

—Como las muchachas de los hot-dogs me decían Rorro, adopté el nombre de Rorrito. De ahí me fui pa´arriba y empecé a trabajar en los circos de los Hermanos Fuentes Gasca [actualmente la cadena de circos más grande del mundo]. Cuando empecé a ser famoso, un día que regreso a casa y me encuentro con la sorpresa de que había muerto mi abuelita que quería yo mucho. Esos son el tipo de sinsabores que te puede dar la vida del circo. Hoy estamos acá, mañana allá y pasado mañana no sabemos dónde.

—Hablemos de Mexicali.

—A Mexicali yo llegué en 1970, con el Circo Hermanos Bell´s. Aquí me hice amigo de los hijos de don Ignacio Portugal (entre ellos la que fue mi esposa): Marta Portugal. Y me quedé a trabajar en el circo de ellos, el Circo América. Marta y yo nos enamoramos. Su papá era un hombre muy estricto, y Marta era su mano derecha. Estando de gira me la quise robar en Altar, Sonora. Cosa que logré llegando a Ciudad Juárez. Finalmente nos casamos. Su papá dejó de hablarme durante algún tiempo, pero terminé siendo su yerno consentido. Marta y yo tuvimos 7 hijos (5 hombres y 2 mujeres): Jaime Jorge, René Rolando, Deyanira, Glenda, Walter, Nelson e Ignacio.

—¿Qué significa para Ud. Mexicali?

—Todo. Marta vive aquí, aquí cimenté mi familia. Aquí he estado durante 40 años en la Televisión. Aquí volví a nacer. Déjeme y le cuento el porqué. Yo andaba queriendo montar un cirquito. Y unos muchachos que trabajaban conmigo, me invitaron a “La Progreso”. Yo no bebo y ellos andaban ebrios. De principio no quise ir, pero me convencieron con el cuento de que ahí podían fiarme el troque que yo estaba buscando para el negocio. Me subí al carro y, yendo por la curva de “La Progreso”, sólo alcancé a ver una pipa que se nos venía encima. Hasta ahí recuerdo. El caso que me sacaron de entre los fierros retorcidos, vivito y coleando. En esta tierra yo quiero morir; yo le dije a mi hija Glenda que cuando muera quiero que me incineren y que esparzan mis cenizas en La Rumorosa. No quiero que me entierren porque no creo en juicios finales [castigos] ni para los vivos ni para los muertos. Siento que ya cumplí con mi misión. No quiero volver a la Tierra, no quiero volver a nacer en este planeta.

—Rorrito, ¿y cuál ha sido el día más triste de su vida?

—Cuando murió mi abuela, cuando murió mi madre, y muy especialmente cuando murió mi hijo Ignacio. Tenía sólo 33 años.

—¿Cuál ha sido la mayor satisfacción de su vida?

— Esto que me está pasando ahorita. En mi vida he recibido varios reconocimientos, incluso en el de “forjadores de la historia artística y cultural de Mexicali”, a la hora de la hora el reconocimiento no me lo pudieron dar porque al parecer lo perdieron.  Para mí este homenaje que organizan mis compañeros de los medios, importante instituciones públicas y hasta me han hablado que también van a participar algunos regidores y los diputados del Congreso, es muy importante porque sé que tal vez sea el último que reciba de parte de esta comunidad de Mexicali que me ha dado tanto, que no tendría con que retribuirle su generosidad para conmigo y mi familia. ¡Ojalá! que mucho más gente se agregue, principalmente la gente del pueblo, que es a ellos a quienes Rorrito se debe.

En fin, la vida es un circo.@

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