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Chepe, Tarahumaras y temperaturas bajo 0

Uno de los principales atractivos del tren turístico Chepe, que a través de la sierra conecta Sinaloa con Chihuahua, además de la majestuosidad del paisaje, lleno de pinos y exótica vegetación, lo representan los Tarahumaras y sus ancestrales costumbres, que olvidados de la mano del gobierno se resisten a la civilización.

Humberto Melgoza Vega

CREEL.- Más que el brete por hacer el recorrido en el famoso tren Chepe, un viaje lleno de paisajes bucólicos entre estación El Fuerte,  en Los Mochis, Sinaloa hasta llegar a Posada Barrancas, en Chihuahua, el convivir de lleno con la naturaleza y conocer en persona a los rarámuris, habitantes de la majestuosa Sierra Tarahumara, hicieron que cada que cada peso gastado valiera la pena.

Como en la película del Expreso Polar, pero sin la blancura de la nieve, el recorrido fue como un  viaje en el tiempo, paseo por las nubes  entre cañadas y montañas, riachuelos y milenarios pinos navideños, que concluyó en el pueblo mágico de Creel y sus tarahumaras que aún viven en las cuevas, como en la época de las cavernas.

Con un clima que siempre rondó los 0 grados Centígrados, a una altura de 3,200 metros sobre el nivel del mar –mil más que en La Rumorosa—el parque de aventuras Barrancas del Cobre es el punto culminante para el turismo invernal que gusta de las bajas temperaturas y las emociones fuertes.

Lanzarse de la tirolesa y ser video-grabado por un dron en el trayecto representa una experiencia extrema; o más relajado cruzar en el teleférico la montaña para admirar la vista impresionante y conocer de cerca la cultura de los Rarámuri, como los Tarahumara se denominan a sí mismos y que significa de “pies ligeros” o “pies alados”, mundialmente famosos por ser buenos para correr y ganar maratones a golpe de guarache.

Además de sus atractivos naturales y su historia revolucionaria, el pequeño pueblo de Creel, con poco más de 5 mil habitantes, saltó a la fama mediática una madrugada de 2010 cuando un comando armado, que viajaban en diez camionetas, fueron video-grabados por una cámara de seguridad del C-4 mientras inhalaban cocaína y posteriormente tomaban por asalto una casa donde acribillaron a 9 miembros de una familia.

La nota fue transmitida por Denisse Maerker en Televisa y reproducida hasta el infinito en YouTube, como una muestra del México salvaje donde impera la ley del “cuerno de chivo”.

“Aquí la gente de Sinaloa cuidan que todo esté en paz, para no ahuyentar al turismo, porque de eso vivimos, son los de La Línea –ex brazo armado del Cártel de Juárez—los que hacen todo el desmadre, los `Chapos´ solo matan a sus enemigos pero estos no respetan nada”, comenta el chofer que nos transporta a diversos  puntos de atractivo eco-turístico.

Javier  nos lleva al Valle de los Monjes, al “monumento a la fertilidad”, una gran roca con forma de pene y las cuevas donde habitan familias de tarahumaras que siembran y crían animales para autoconsumo y que venden chacharitas que pretenden ser artesanías para sobrevivir.

Ahí, bajo el techo de una roca gigantesca, casa de una sola pieza con varios camastros individuales y una estufa de leña, en la “cocina” Artemisa limpia el nixtamal a puro metate que más tarde se convertirá en rico menudo que ya no alcanzamos a probarlo.

En otro punto de la montaña encontramos a doña Catalina, quien vive sola con su marido en una cueva con una vista espectacular al voladero, nada huraña como los de su raza y hasta juguetona y cariñosa, con sus ropajes multicolores posando para las fotos, ofreciendo sus productos en un español bastante rudimentario.

Y en lo más alto de la Sierra Tarahumara, el mirador natural por excelencia del país, nos reciben unas niñas que visten ropa ligera, con la piel curtida por el frío extremo y un moco verdoso cayendo por la nariz, triste realidad de la pobreza que aún prevalece en México.

“¿Compra?”, es la única palabra que alcanzan a balbucear a los desconocidos que visten ropas como esquimales.

El tour alcanzó un punto alucinante con la visita a las cascadas del Cusárare –o lugar de las Aguilas– en el pueblo de Guachochi, a 25 kilómetros de Creel, un recorrido en doble-tracción que pasa por cañadas y arroyos, que si crecen te quedas varado, hasta tocar el cielo donde desembocan las aguas con una caída de 30 metros de profundidad, rodeada de pinos de varias tonalidades.

Luego de una prolongada estancia en Divisadero Barrancas por el retraso de don Chepe, donde aprovechamos para comer una sopa de elote riquísima con la Sierra Tarahumara de fondo, tomamos fuerzas para el largo viaje de regreso, cansados y congelados, pero contentos con nuevo bagaje cultural. @

 

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